EFECTOS SECUNDARIOS DEL ARTE CONTEMPORÁNEO
Por Estefanía Bautista Brocal
El debate llevado hasta el extremo, y aún a día de hoy sin concluir, es aquel que comenzó en el momento donde los atrevidos artistas de las Vanguardias decidieron plantar una pala, un urinario o
un secador de botellas en pleno museo, como haría Marcel Duchamp. Llegando al auge de la discusión con las cajas de detergente Brillo, de Warhol, en 1964. Ante esta nueva imposición conceptual del arte, las preguntas se multiplicaban y el público entraba en la disyuntiva: ¿Qué diferencia hay entre los objetos que nos encontramos por la calle o en el supermercado y lo que presentan los artistas como object trouvé o ready made? Ante tal debate creativo, no se puede evitar aludir al crítico de arte que declaró oficialmente: `El arte ha muerto´, con su epifanía que vino de la mano de la exposición de las `Cajas de Brillo´, realizada en la Stable Gallery de Nueva York. Aquella obra significo la revelación de que el arte había cambiado y de que, por tanto, también debían cambiar nuestras ideas sobre él. El espectador se encontraba ante un cambio conceptual, estético y formal.
A lo largo de los años han habido multitud de reacciones, y creación de movimientos recientes tales como el creado por un grupo de artistas pintores gallegos (Mariano Casas, Carmen Martín y Miguel-Anxo Varela) que se rebelan contra el arte oficial, el conceptualismo y el anti-arte. Con su eslogan `Arte es de todos´, declaran estar hartos del arte oficial, que parece ser, tiene que cambiar de forma cada seis meses para seguir vendiéndose. Hartos del `todo vale´ so pena de ser considerado subcultura o, peor aún, arte popular. El arte queda expuesto, como siempre ha sido a lo largo de los años, a ser contemplado, analizado, experimentado –algo ya factible en los últimos tiempos- razonado. Pero tanto el asumir cualquier cosa como arte, así como el que todo sea cuestionado va dejando efectos secundarios en el arte.
Quizá, escarmentados del todo vale en el arte, existe una rebeldía ante la idea de que aunque el Estado lo haga artista por decreto no significa que los objetos sean arte por decreto. En el MOMA (Nueva York), a la obra llamada `Elevador´ nadie entraba y en la sala de los `Samurai Trees´ el público permanecía minutos y el cometario general es que era sólo decoración, para mí son ejercicios de un principiante. Los extremos nunca serán buenos, y la aceptación por inercia, mecánica o intereses no debe darse en el mundo del arte. Se debe evitar caer en las modas, la repetición, los discursos sin sentido o un arte indescifrable e imposible de separar del entretenimiento, el escándalo o el ocio, incapaz de subsistir sin ellos. Pero hemos alcanzado tal punto de surrealismo y experimentación artística –hasta por parte del espectador- que ya no se puede evitar el acto de palpar una escultura o una instalación, llevando a que los galeristas tomen la medida de poner folios blancos con una leyenda en letras mayúsculas: `¡No tocar!´. Así ocurrió en la galería barcelonesa Estrany-De la Mota, tras notar que en la instalación `La revolución de los cómics´ de Francecs Ruiz faltaban cinco cómics. El espectador no encuentra su ubicación ante la obra, ni el límite de la participación de la experiencia. Algo similar sucedió en la galería italiana Fabio París, que en la sección de nuevos medios `Expanded Box´ donde exhiben cuatro videos en tres pantallas. Pero el problema es evitar que la gente no intervenga en ellos. Habían visitantes que lo intentaban y cogían los ratones que estaban al lado de las pantallas pensando que podían intervenir en los vídeos hasta que se encuentran a su lado al galerista que les dice amigablemente: ¡no, no, no!
En algunos casos, se dan obras –no ideadas para todo tipo de público- que acaban siendo víctimas del espectador, peligrando su integridad y por el camino perdiendo su razón de ser. La galería mallorquina Sala Pelaires con una obra de arte sonoro del valenciano José Antonio Orts valorada en 32.500 euros, también sufrió de la `excesiva participación´ por parte del público. La instalación sonora consta de ocho micrófonos que registran el movimiento de las personas reproduciéndolas en notas de xilofón a través de ocho tubos de fibra de carbono. El caos se produce cuando niños de corta edad cogen los micrófonos o se meten entre los tubos mientras los miembros de la galería tratan de salvaguardar el estado integral de la obra.
O desgraciadamente se dan casos donde la obra, acaba siendo relevada por la reacción que ha provocado. Su naturaleza escandalosa o efectos colaterales en el contexto de su exposición acaban solapando el sentido y discurso original de la obra –una verdadera pena y derroche artístico-. Debido a la polémica que causo la escultura `Stairway to Heaven´ del artista madrileño Eugenio Merino, desde el primer día de feria en Arco 2010, los visitantes han acudido en masa a hacer fotos y posar junto a ella. Y es que la obra, que representa a un musulmán orando arrodillado, con un sacerdote católico encima de él, también de rodillas, y sobre éste, de pie, un rabino, despertó controversias y reacciones oficiales por parte de la Embajada de Israel en España que protestó por su exhibición. Un escándalo que artísticamente hablando no favoreció en nada a la obra, sino que no hizo otra cosa más que anularla en su concepto y ser eclipsada por el escándalo. No se puede permitir que el arte ya no importe por sí mismo sino por el hecho de tratarse de un objeto recogido en un museo.
Con todo ello, el arte se encuentra increíblemente a caballo entre lo banal y lo elitista, un hecho necesario de evitar, haciendo comprender y asimilar al espectador qué está ocurriendo artísticamente en nuestra sociedad actual, comprendiendo y valorando todas aquellas maravillosas obras creadas posteriormente a Miguel Angel, Leonardo Da Vinci o Monet, e incluso a las Vanguardias, ya que podemos afirmar –aunque parezca mentira-, parece ser que después de todos aquellos artistas aún ha habido vida y aún se ha creado arte. Y con ello, poder conseguir borrar la pregunta popular, tan trillada, que parece escucharse en boca de cualquiera cuando observa una obra, ¿Pero, esto es `arte´?...
Por Estefanía Bautista Brocal