Chat. Antonio Camba. Galería Arte 21. Córdoba. España
hacer negocios, intercambiar información, jugar o simplemente charlar. Desde la soledad de nuestro escritorio nos conectamos con otra persona que nos responde, también, desde su propia soledad. Aunque estemos rodeados de gente, en casa, en el trabajo, en el cibercafé o en un parque, estamos solos en cuanto nuestra mirada está fija en la pantalla y nuestras expresiones se transmiten a través de un teclado. Nos aislamos voluntariamente para estar con alguien físicamente lejano pero próximo en nuestra mente: la persona que se encuentra justo ahí, en el buzón de entrada, en la pantalla del videojuego, en la ventana del chat. La proximidad es ficticia, pero se siente tan real que muchas veces las relaciones son más intensas y duraderas que las que tenemos con quienes nos rodean. El aspecto físico, incluso la propia identidad, son superfluos, puesto que aquí todos los píxels son pardos y uno puede ser quien le apetezca ser.
La Red que transitamos con nuestro segundo yo contiene muchas cosas (fotos, videos, música, animaciones...) pero es ante todo una sola: texto. Las páginas que visitamos están compuestas de texto (el código que les da forma), las búsquedas que hacemos dependen de una palabra, accedemos a lugares restringidos con un usuario y una clave, sabemos encontrar nuestros sitios favoritos gracias a un nombre de dominio e incluso nuestra propia identidad se resume en un “nick”. Al conectarnos a Internet, las personas dejamos de ser seres humanos con un aspecto, una edad y un género para convertirnos en texto. Texto que fluye por las casillas de búsqueda, por las barras de direcciones, las ventanas de correo electrónico y los canales de chat, texto con el que construimos laboriosamente una identidad, parecida o no a nuestra identidad real, o tal vez incluso más autentica. Pero el texto impone la barrera de su codificación, y así los idiomas marcan las fronteras de la infinita meseta que es la Red. Y esto es especialmente cierto cuando tratamos de contactar con otra persona. Como texto, nos relacionamos con otras personas que también son texto, pero en nuestro mismo idioma.
En Chat, Antonio Camba prosigue con una investigación artística que viene desarrollando en los últimos años y que deriva de su experiencia como adicto internauta, frecuentador de foros y chats en los que ha conocido a numerosas personas sin tener un contacto real con ellas, lo cual le ha llevado a preguntarse acerca de la naturaleza de las relaciones humanas en un medio tan ficticio y a la vez real. De forma coherente con el entorno sobre el que se centra su obra, ha intervenido dos salas de la galería arte21 de Córdoba sin ni siquiera salir de su casa, enviando obras e instrucciones de montaje por correo electrónico.
La primera sala, por medio de diversos proyectores, se ha convertido en un espacio de texto en el que numerosas conversaciones de chat en cuatro idiomas distintos se entremezclan creando una indescifrable maraña que recorre las paredes de abajo a arriba. Pero no se trata simplemente de una proyección: Camba ha distorsionado cuidadosamente los textos para que al ser proyectados cubran cada plano de la sala en el ángulo correcto. El espacio aparece así no como si estuviese cubierto de texto, sino construido por el texto mismo. Pero este espacio no es la obra, sino que esta se genera en el momento en que observamos cómo, al entrar una persona en la sala, su cuerpo se cubre con el texto ascendente y a la vez su sombra sustrae al continuo flujo de letras el perfil de su presencia. El visitante entra en la Red y se convierte en texto, pero a la vez extrae de la misma lo que conforma su identidad. La obra también existe porque hay un espacio que la acoge, y así de la misma manera en que en Internet para ser hay que pertenecer (Heath Bunting), en el mundo real, tal como indica el artista “Si no hay un espacio digno que recoja la obra, no se puede dar la obra”.
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La segunda sala está casi vacía, a excepción de unos papeles que cuelgan en el centro de una pared, toscamente fijados, en un conjunto desordenado que recuerda a un panel de anuncios en el que se agolpan carteles de personas desaparecidas. Se trata de la serie “Ellas cambiarán el mundo”, que Antonio Camba ha ido desarrollando y presentando en diversas ocasiones a lo largo de los últimos años: retratos de mujeres de distintas edades y procedencias a las que el artista les solicitó hacerse una foto frontal, en la que no llevasen ninguna seña de identidad (ropa, joyas, adornos...), mirando fijamente al objetivo mientras pensaban en alguna situación personal que las hubiese hecho sentirse orgullosas por ser mujeres. Sobre las fotos, aplicó una capa de su entramado de textos de chat a modo de tatuaje, cubierto los hombros, el cuello, el rostro. Estos retratos sin identidad concreta se convierten así en representaciones de mujeres que dejan de serlo para ser texto, más allá de su edad, su aspecto o su género. Internet y la mujer se unen en el planteamiento de Camba como la fuerza motriz de un profundo cambio social: la Red proporciona a las mujeres la posibilidad de traspasar barreras, eludir prejuicios, conseguir una mayor igualdad. “Internet y las mujeres van asociados para mejorar el mundo”, afirma. Y en estas mujeres captadas en un momento de orgullo por ser quienes son, podría identificarse cualquier mujer, o mejor aún, cualquier persona.
Exposición hasta el 22 de mayo del 2007.