Por Fernando Zamanillo Peral
Hasta 4 de abril del 2007
El concepto de abstracción, así como el atributo de abstracta, aplicado a la pintura de Cveto Marsic, representa, desde mi punto de vista, un intento fácil y
excesivamente rápido de explicar algo que no es tan evidente y, en consecuencia, constituiría una tarea vana y equivocada. Lo abstracto es inconcreto, inmaterial, y también indefinido e impreciso, conceptos todos muy alejados de la esencia y naturaleza de su pintura, cuyo objeto es la representación de sí misma en su estado material más puro y en el más arrebolado colorido. Representación de sí misma que nos consigna, sin embargo, a estadios mentales superiores de espiritualidad y pureza que, por el contrario, sí son plenamente abstractos e ideales por su propia naturaleza. Unos medios muy concretos, la materia, el color y un interno esquema constructivo, para un mensaje abstracto o si se quiere suficientemente impreciso como para que se instale invariablemente en el plano de lo ideal. Y un código o modo de formalización normalizado, insisto, que le permite realizar sus cuadros sin dejar nada al azar, a la casualidad.
Cveto Marsic ha superado una larga etapa en la que el paisaje, visto y después plasmado con una cierta penumbra y pesadumbre, quizá melancolía y a veces amargo dolor, estaba siempre cargado de materia dolorida y atormentada, produciéndonos una fuerte desazón voluntariamente provocada por el artista, como si buscara en lo profundo de las tierras que recorría, de Portugal, Extremadura y Castilla, y especialmente en las salinas de su tierra natal, Piran y Koper, Capodistria, en Eslovenia, la razón existencial que le explicara tanta sinrazón humana. Porque, ¿de qué manera, si no, nos podemos explicar esa ausencia de luz, de color? A esa etapa le sucedió el arrebolado colorido de los últimos dos años que ahora tanto nos asombra, nos alegra y nos mejora. Exposiciones como Acqua Madre (Morat Foundation, Freiburg am Main, y Galería Torbandena, Trieste, ambas de 2005) y la retrospectiva llevada a cabo en la City Art Gallery, Museum of Modern Art, de Ljubljana, en Eslovenia (2006), nos han mostrado esa sensualidad, esa explosión de luz y color, de brillante rojo y acharolado negro, de susurrante y musical blanco, placer de canto voluptuoso, vibrante flor de amor. Flor, y también “trino del diablo”, permítaseme esta alusión al quizá más célebre hijo de ese rincón (Piran) sobre el mar de la actual tierra eslovena, Giuseppe Tartini, pues quiero ver un cierto parentesco metafórico entre las notas de su sonido diferencial y mágico y la arrebolada, insisto en este adjetivo, vibración cromática de la piel pictórica de los cuadros de Cveto.