Las heridas me las hice yo

El universo artístico de Mendoza está conformado a la manera de una
constelación fragmentada de artistas. Sin embargo, algunos de ellos no
tiran la piedra dentro de la rayuela con el
objetivo de alcanzar el
cielo. El reino celestial es uno más de los lugares comunes a los que no
pretenden arribar.
Los artistas que conforman la Galería Cerda (Cecilia Tello D´Elía, Agostina Francese, Alfredo Dufour, Tatiana Scoones, Jimena Losada y Tomás Wurschmidt) están unidos por el amor, pero también por un sentimiento de espanto hacia un circuito artístico local al que están expuestos y que los conmina a una variedad de ultrajes específicos en el proceso de producción y difusión artística.
Los artistas que conforman la Galería Cerda (Cecilia Tello D´Elía, Agostina Francese, Alfredo Dufour, Tatiana Scoones, Jimena Losada y Tomás Wurschmidt) están unidos por el amor, pero también por un sentimiento de espanto hacia un circuito artístico local al que están expuestos y que los conmina a una variedad de ultrajes específicos en el proceso de producción y difusión artística.
La Galería, surgió como respuesta/rechazo a este escenario artístico local, dónde el arte es tanto un bien de cambio -con el peso que el sentido decorativo tiene sobre el mismo- como una forma de complementación ornamental a la industria vitivinícola.

Cada exposición realizada en Cerda durante el 2011, estuvo pensada como un trabajo integral del proceso artístico, resultado de complejas síntesis de sentimientos, de perspectivas sobre el arte que poseen los seis miembros. Desde lo más simple hacia formas complejas, se caracterizaron por escenas que ayudan a la compenetración con el producto artístico -iluminación, escenificación y musicalización que acompañaron a la mise en place de la obra de arte- y que contribuyeron a mantener activos los códigos que la atraviesan, al “estar en la obra” y no “fuera de ella”.

En la instalación, los artistas lograron una escena irreproducible, tanto por la iluminación como por la disposición de los elementos que la conforman. La perennidad del cerdo y las flores, los convierte en componentes artísticos que no tendrán una segunda oportunidad en el arte, por lo menos ese cerdo y esas flores. Los objetos (carne, hojas y pétalos) son dispuestos de tal manera que susurran la idea que lo sublime de la belleza no se debe buscar en lo estéticamente hermoso, sino en su sentido oscuro, lóbrego y perverso. El animal, descansa en un lecho de muerte que no es lo que acostumbró en vida. Nació y creció entre el estiércol. Incluso las Sagradas Escrituras lo predestinaron a ser un objeto no valorado por el arte: “No deis a los perros lo que es santo y no echéis vuestras perlas ante los puercos, no sea que las pisoteen con sus pies, y después, volviéndose, os despedacen”. Los artistas de Cerda, resignificaron estéticamente al animal, lo pusieron letalmente a descansar en un lecho de flores y rompieron un precepto bíblico. Quizás el paraíso sea un lugar al que el cerdo no entre, pero la sensibilidad artística del infierno le permitirá ingresar y posarse junto a las serpientes y los gatos negros.
El proceso de decantación para llegar a la obra, dicen los seis artistas, fue doble, porque a todos los problemas que atraviesan la práctica artística, les sumaron los conflictos individuales, la confluencia de perspectivas y arrastres personales, una “pluralidad de tendencias contrapuestas” que convergió en una instalación controvertida pero movilizadora.

Por Fernando Quesada