En tierra de nadie
Por Pau Waelder
“Tindouf, paisajes de un exilio”. Rif Spahni
Casal Balaguer, Palma de Mallorca
Rif Spahni me muestra su cámara estenopeica: tiene la apariencia de un estuche de madera, que sujeta
cuidadosamente entre las manos mientras me explica su funcionamiento. Al deslizar el sencillo obturador, la luz penetra por un diminuto orificio en la parte delantera de la caja, impresionando la película que se aloja en su interior y dando lugar a una imagen de formato panorámico. Un negativo de seis por doce centímetros, que recoge cuanto ocurra frente a la cámara por un espacio de unos seis o siete segundos, que es el tiempo medio al que debe ser expuesta la película para obtener una imagen. No hay visor: no es posible encuadrar la imagen, tan sólo adivinar qué captará la cámara, y de la misma forma es preciso calcular el tiempo de exposición manualmente.
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Hace ya treinta años, se declaró la República Árabe Saharaui Democrática (RASD), en lo que fue la colonia española del Sahara Occidental, ocupada actualmente en su mayoría por Marruecos, que no reconoce la soberanía de este Estado de hecho. La mayoría de la comunidad saharaui en el exilio ha sido alojada en cuatro grandes campos de refugiados en Tindouf, al Este de Argelia, cerca de la frontera con Marruecos y de la tierra de la que fueron expulsados. La vida en estos campos depende totalmente de la ayuda externa: comida, agua, ropa y los enseres más básicos son aportados por las asociaciones humanitarias que actúan en la zona. Con una temperatura que oscila entre los 36º por la noche y los 52º a mediodía y frecuentes tormentas de arena, las condiciones de vida en la hammada (una planicie del desierto también conocida como “el Jardín del Demonio”) son extremas. Aunque afectados por los evidentes problemas de desnutrición, los refugiados de Tindouf cuentan con unas condiciones de salud mejores que las de muchos otros campos de refugiados y una sólida organización. Todos los niños están escolarizados, y muchos de ellos estudian en Universidades de Cuba, Argelia y España. A pesar de contar con limitadas oportunidades para desarrollar su formación, estos licenciados y profesionales esperan con entereza el día en que puedan ayudar a reconstruir su país.
No Man’s Land es una reflexión acerca de la situación de exilio forzado en la que se encuentran actualmente más de 40 millones de personas en el mundo. Un proyecto fotográfico y a la vez vivencial en el que Rif Spahni se ha embarcado con la intención de aportar tanto una visión como un testimonio de esos lugares del olvido y de esas personas que habitan una tierra que no han escogido. Generalmente vinculamos los campos de refugiados a lugares lejanos y conflictos que nos son ajenos, y en parte por este motivo, Spahni escogió Tindouf como primera parada de su trayecto: “el Sahara es una herencia española”, indica “de hecho, los saharauis del 73 tienen DNI español”. Su periplo le llevó al aeropuerto militar de Tindouf, y de allí, tras una travesía por el desierto en Land Rover, acompañado por una delegada saharaui, al campamento de Protocolo en el que compartiría alojamiento con los colaboradores de ACNUR, Médicos Sin Fronteras y la Cruz Roja. Poco después pudo trasladarse a una haima y entrar en contacto con los refugiados.
Sin embargo, en un primer momento, su atención quedó absorbida por la fascinación que ejercía el propio desierto. El calor implacable y la luz le impedían trabajar a mediodía, por lo que debía realizar las fotografías en las primeras horas de la mañana o al atardecer. En esos momentos colocaba la cámara frente a la interminable extensión de arena y deslizaba la tapa del obturador. El fotógrafo compró el trípode más pequeño que pudo encontrar, a fin de apoyar la cámara desde un ángulo muy bajo: “en el desierto te sientes insignificante”, comenta, “quise expresar esa sensación colocando la cámara pegada al suelo”. El formato panorámico se aviene con este paisaje en el que domina la horizontal, entre la inestable e inhóspita belleza del desierto y la serena rotundidad del cielo, infinitamente lejano. El ángulo de la mirada de Spahni coloca al espectador en una posición en la que queda patente que no domina lo que ve, sino que lo observa agazapado y humilde, como si le costara erguirse. Esta es una visión insólita para quienes estamos acostumbrados a una mirada de Primer Mundo, a menudo prepotente e incluso insolente sobre el mundo que nos rodea. La mirada que nos aportan principalmente los medios de comunicación, sensacionalista la mayoría de las veces, que tan pronto se centra en un lugar como se olvida de él para dirigirse a otro lado.
Durante su estancia, el fotógrafo coincidió con el Festival Internacional de Cine del Sahara, que atrajo a numerosos periodistas. En esta ocasión, recuerda la reacción de los refugiados a los fotógrafos que captaban su imagen armados con sus cámaras reflex. Aquella invasión de clics y flashes era vivida como una agresión, una veloz sucesión de encuentros en los que fotógrafo y sujeto se hallan separados por la lente de la cámara, y la rapidez del proceso impide en muchos casos un contacto real. En cambio, Spahni decidió emplear la cámara estenopeica, que le permitía acercarse a aquello que quería captar, como él puntualiza, “con el máximo respeto”. Fotografiar con esta sencilla caja de madera le llevaba a adoptar una actitud más pausada, que implicaba entrar en contacto con las personas y los lugares que retrataba, y tomarse todo el tiempo necesario para preparar la fotografía. Al no poder precisar el encuadre y requerir una exposición de varios segundos, debía estar abierto a lo que sucediese frente al objetivo. A menudo intercambiaba algunas frases con las personas que encontraba, en especial los niños, que se acercaban a él fascinados por aquel objeto que, en su simplicidad, parecía mágico. El fotógrafo procuraba involucrarse en su entorno, formar parte de él, y ello se refleja en esta serie de imágenes que no roban un instante, sino que se impregnan de él.
Al volver del Sahara, Rif Spahni conoció a Saleh Abdalahi, un poeta saharaui que reside actualmente en Mallorca. En sus poemas encontró el fotógrafo las palabras que reflejaban aquello que querían expresar sus imágenes. Ausencia, espera, distancia y anhelo impregnan los versos de Abdalahi, quien vivió en Tindouf hasta los 23 años, y describe en sus textos la melancolía del exilio, la implacable dureza del desierto y la tristeza de la guerra. Ambos decidieron combinar poemas y fotografías buscando las imágenes que mejor respondían a los versos. Crearon así una narración que, en forma de videoproyección, complementa la serie de fotografías expuestas. De las aproximadamente 900 fotos que Spahni tomó durante sus dos estancias de diez días en el Sahara, apenas 53 forman la serie definitiva, una selección tan pensada como lo fue cada una de las imágenes que captó.
En las fotografías vemos una historia, la lenta progresión desde el hipnotizador paisaje del desierto, yermo pero a la vez vivo, a la aparición de los primeros restos de casas, luego algunas personas, la actividad en las haimas, y luego poco a poco otra vez desaparecen las personas, después las construcciones y finalmente queda de nuevo sólo el desierto. Es un escenario irreal, onírico, que se acentúa por la larga exposición de la película, que convierte a las personas en formas espectrales, presentes pero a la vez disolviéndose en el paisaje. “Están ahí, pero no tendrían que estar ahí”, recuerda Spahni.
Tindouf, paisajes del exilio no es un simple reportaje sobre los refugiados saharauis, es un proyecto artístico que reflexiona sobre la condición de las personas exiliadas. El desierto es aquí la metáfora de esa tierra de nadie en que se ha convertido el lugar donde viven, porque su corazón habita la tierra que dejaron.