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Alfred Lichter. Addaya Centre d’Art Contemporani. Alaró. Mallorca
Cada obra de arte es el descubrimiento de algo desconocido hasta el momento. Entre una multitud de opciones, una toma forma dentro de la obra del artista, se hace visible y – tanto literalmente como a través de la interpretación – inteligible.
El inicio puede consistir en un tema, una idea constructiva y también fundamentos o procedimientos artesanales, pero la obra de arte lograda no acaba aquí: se trata de un experimento que ha tenido éxito, capaz de enriquecer el mundo.
Quien contempla una obra de arte, se embarca en un diálogo con desenlace desconocido. Para hacer que una obra de arte hable, el observador tiene que traducir el lenguaje de la obra al suyo. El proceso se parece a una descodificación, durante la que se descubren significados y conexiones entre diferentes sentidos. A través de la interpretación de una obra de arte se abre el acceso a conocimientos ya disponibles, y al mismo tiempo la obra amplia estos conocimientos en la medida de todo lo que de nuevo y desconocido contiene.
Parece que las obras de arte figurativas con temáticas como una narración, un mito o un acontecimiento, o que permiten identificar determinados objetos, sean más fáciles de interpretar que las obras con contenidos abstractos. Frecuentemente, un canon transmitido ofrece la suficiente orientación fiable como para avanzar desde la interpretación de las características generales a las específicas de cada obra en concreto. En cambio la vanguardia artística ha sabido diversificar los caminos más o menos seguros de la interpretación en un laberinto de incontables senderos. Los intentos de agrupar las diferentes corrientes mediante diversos -ismos no bastan para recuperar la tradicional continuidad en el desarrollo del arte. La disolución vanguardista de todas las tradiciones y reglas establecidas en cuanto a contenido, técnica y material ha posicionado el experimento en el centro de la creación artística. Todo está permitido y la resolución del experimento se considera positiva cuando el resultado del proceso es una obra artística acertada, que simplemente ha tenido suerte en los momentos decisivos, donde se esperaba precisamente el riesgo de fracasar. La otra cara de la moneda de esta casi total libertad ante el arte es que cada obra de arte más que nunca tiene que hablar, convencer y, para decirlo de algún modo, acreditarse por ella misma en solitario.
Alfred Lichter es vanguardista porque siempre ha experimentado. Incluso cuando se dedicaba a los grandes maestros, no lo hizo nunca de forma epigonal, sino que se trataba siempre de una búsqueda del camino propio, hacia las posibilidades del arte que se encuentran aún sin descubrir. Alfred Lichter pertenece a aquel grupo de artistas que no han desarrollado un estilo reconocible. Sus sujets, colores, formas y técnicas son demasiado diferentes como para establecerse como sello propio. Nunca le han importado las tendencias –por ejemplo pintó obras figurativas precisamente cuando la moda era la abstracción-, y siempre cuando ha visto la oportunidad de un desarrollo propio e independiente ha experimentado con opciones avanzadas de la exploración y apropiación artística del mundo.
Una característica del modus operandi de Alfred Lichter que llama la atención es el hecho que en la mayoría de los casos produce series de obras parecidas. Durante la producción investiga las posibilidades de motivos, colores, técnicas y a veces también el uso de materiales poco habituales, hasta que le parecen agotadas. Algunas series se crean de forma independiente como eco de las tendencias de la época moderna, otras corresponden a la disposición del artista para los experimentos sin condiciones previas, donde calcula el riesgo absoluto del éxito o del fracaso.
Los trabajos de los últimos años son en buena parte abstractos. Durante la producción de las distintas obras de la extensa serie Capriccio, la casualidad cobra cada vez más protagonismo, como si se tratara de una resonancia de la action painting, informalismo o manchismo. Alfred Lichter ve allí un camino claro para aproximarse más que nunca a su objetivo, la búsqueda del arte puro. Sus intentos más recientes de realizar formas de expresión artísticas completamente nuevas en esculturas, parecen casi un salto a una nueva dimensión. Así, en la popular y a la vez mágica fundición de plomo, descubrió un procedimiento sorprendente para fabricar minúsculos objetos casuales de unos pocos centímetros que le servían como modelos para grandes esculturas (para quien necesita términos conocidos, el arte conceptual parece una descripción correcta). El nexo conector entre las pequeñas esculturas de plomo y los objetos más recientes podría ser una cita de Manuela Filiaci: “Y llega el momento en que se crea algo. Algo sucede, como si todo condujera hacia aquí. De repente pasa que en un momento determinado algo se vuelve visible, como si se tratara de un hecho totalmente inevitable.” La casualidad más o menos controlada por el artista también rige los nuevos objetos plásticos. Aunque el descubrimiento decisivo es el material: poliuretano en cartuchos, procedente del almacén de materiales de construcción. Con este material, que de entrada ya es plástico, que se expande y que finalmente fragua, Alfred Lichter reviste unos núcleos de rejilla metálica para determinar a grandes rasgos la forma, por ejemplo una estela o un terrón. De este modo se crean objetos mediante el cartucho, que con las correspondientes herramientas de escultor no se podrían producir en piedra, metal o yeso. Están llenos de ampollas y bultos, con granulados, surcos y grietas –estructuras sin aristas, elementos que no son figurativos, pero sí de una especie de naturaleza que provoca asociaciones (pepitas de oro, meteoros, conglomerados de aguas abisales). Con estos objetos Alfred Lichter experimenta una segunda vez cuando les aplica spray de pintura. Aumentando o reduciendo aún más los reflejos de luz o la luminosidad opaca obtiene un efecto escultural. Entre los experimentos sin intención también se encuentran los intentos de colocar aquellas estructuras llenas de burbujas dentro de un marco, para colgarlas como cuadros en la pared. De este modo cada uno de los observadores podrá contemplar y experimentar la intensidad con que cambia el efecto de unas obras técnica y formalmente parecidas, cuando la perspectiva desde 360 grados en el caso de la escultura se reduce a la mitad cuando ésta se convierte en cuadro.
Con el salto hacia los trabajos en tres dimensiones, Alfred Lichter ha descubierto y explorado nuevas áreas para su búsqueda del arte puro. Parece que le ha guiado menos una predeterminada idea constructiva en este proceso que un pensamiento salvaje, que para el descubrimiento y la apropiación del mundo recurre antes a una definición basada en mitos que a una de carácter analítico y racional. El nuevo y poco habitual material, que en contra de lo que hacen sospechar su masa y forma, es casi ligero como una pluma, concentra el proceso de producción en el juego con la casualidad. Este juego, cuando consigue un resultado favorable, deja entrever una naturaleza entendida como concepto global, propio de una visión del mundo mítica, del así llamado pensamiento salvaje.
Una antigua creencia popular promete que allí donde el arco iris se junta con la tierra, hay enterrado un saquito con oro. El científico ilustrado sabe que esto es un disparate y que no es necesario buscar. En cambio quien también considera posible lo fantástico y por tanto como el artista ve el arco como el camino hacia la suerte dorada, es quien domina el arte de pasear sobre el arco iris. Las esculturas nuevas de Alfred Lichter allí donde están logradas representan la promesa de que el arco iris no es la simple fragmentación de los rayos de sol en partículas de agua, sino que la búsqueda de las pepitas de oro con los medios del arte siempre valdrá la pena. Es tarea del observador conectar la obra de arte con su mundo. El arte radicalmente individualizado y el individuo surgen como la estación final temporal de una vanguardia a la que Alfred Lichter ha contribuido.
Manfred Müller
CAPRICCIO III D
alpha & beta
Una vez que mediante las series Capriccio i Capriccio II – tal y como aparecen en parte dentro de los catálogos correspondientes – había encontrado un camino para aproximarme a mi objetivo del arte puro de forma bidimensional, me pregunté si esto también sería posible de forma tridimensional, con obra plástica.
Primero a través de la fundición de plomo (alpha) encontré formas que me fascinaban. Sin embargo, miden sólo unos pocos centímetros, y la posibilidad de amplificarlas con ayuda de tecnología moderna fracasó a causa de los gastos que suponía. Por tanto decidí amplificarlas en fotografías y vídeos, y las conservé en su tamaño original como base conceptual.
Con la asistencia de mi hijo Stefan trabajé a continuación con el material poliuretano (beta). El poliuretano una vez aplicado genera una especie de vida propia, así que resulta imposible planificar al principio una forma determinada. Al igual que en la fundición de plomo, fue el hecho decisivo, porque el resultado depende en buena medida de la casualidad. Se originaron formas que recordaban a lava solidificada, meteoritos, estalactitas, corales o las pepitas que encuentran los buscadores de oro. Algunas crecieron hasta figuras de tamaño natural, como imágenes divinas de la prehistoria. Son prototipos presentados en diferentes colores que en su estado final pueden ser fundidos en metal o materiales sintéticos.
Cuando hablo de arte puro en la pintura y la escultura, me refiero a creaciones y formaciones que expresan lo inexplicable, a ser posible sin valores preestablecidos, y que por tanto se encuentran libres de elementos narrativos, decorativos, virtuosos, figurativos y de aquellos que hacen referencia a gustos, modas o contenidos.
Alfred Lichter
EXPOSICIÓN DEL 6 DE FEBRERO AL 26 DE MARZO DEL 2009